jueves, 9 de febrero de 2012

Te quiero.



Te quiero. Te lo digo sin aspavientos, sin grandes entradas ni máquinas de humo, sin maquillaje y con el pelo revuelto, sencilla y llanamente, te quiero. Te quiero sin ambiciones ni promesas, sin planes, con la mirada cerca, muy cerca del corazón y lejos, muy lejos del horizonte. Sin llantos ni sonrisas, sin lamentos, bajito, muy bajito en tu oído, como un secreto, con los labios, con mis manos, con tus ojos, Te quiero. Te quiero siempre y a ratos, a minutos y a segundos atemporales, de vez en cuando, a menudo y bastante…y cuando tengo tiempo, y a veces, raramente, nunca, nunca y siempre de nuevo. Te quiero y te acaricio, en el aire, y te beso, en el aire, y te sueño, en el aire y en la cama, te agarro, con los dientes y con las uñas y con las fuerzas que me quedan, y te susurro “Te quiero, te quiero”,  simplemente, “Te quiero”, sólo eso, “Te quiero”. 

Y  cojo manos y beso mejillas y me arrastran dedos y labios y copas y sueños, y promesas que atrapan y que enganchan y que mienten mientras hablan y que hablan adormiladas y satisfechas y cansadas. Y cansada espero “Te quiero”, me digo, “te quiero”.  Y ando y escucho y nunca estoy atenta y las voces se cruzan, y hablan niños y señoras y viejos, madres atentas, francesas y melosas y  yo apenas miro, apenas oigo, apenas vivo, lo justo, necesario, bombeo y paseo y el ritmo se pierde, se oscurece y se muere, se muere lentamente, se muere en cada paso, en cada calle, se muere, me muero. Y tú apareces, te cruzas y dices “te quiero”, bajito, muy bajito en mi oído, como un secreto, con tus labios, con tus manos, con mis ojos…”Te quiero”.  Y yo digo “Te quiero, te quiero”, y eso es lo último, eso es lo último que digo, “Te quiero”. 







viernes, 3 de febrero de 2012

Fotografía

Sólo apareces en una esquina, la derecha, apenas se te ve, mirando hacia otro lado buscando quién sabe qué, lejos de aquél momento, tal vez comprobando la luz, el ángulo, el brillo. A ella tampoco se la aprecia, como un suspiro, un susurro, la brisa en tu espalda, un peso invisible, besando el exceso de aire que se escapa de la pátina y que te obliga, tal vez por eso, a girar la cabeza.

No es un retrato, un par de sombras en una esquina, demasiado tímidas para ser mostradas. Una burla al equilibrio, mucho peso a la derecha, exceso de luz al fondo, exceso de blanco, blando y lechoso. Medio cuerpo masculino, un tercio de rostro femenino, ella lo mira a él, él mira al infinito, ambos sonríen, no, ella lo hace, el esboza, simple y felizmente.

La fotografía está inclinada, como si vuestro peso fuera mayor que el resto, dos sombras contra todo, inclinado la balanza hacia un favor que apenas se vislumbra, el premio resulta ser la intimidad, el recuerdo y poco más.

Y mientras la pátina se oscurece ahora, con los primeros violáceos sinuosos, el recuerdo resulta ser el precio, caliente, reconfortante, inapreciable, como esa tibia mano que apenas se apoya en tu hombro, buscando quien la sostenga en un mundo que ya no existe. 






jueves, 2 de febrero de 2012

P.97

"Tuve yo la culpa, lloraba, y era verdad, no se podía negar, pero también es cierto, si eso le sirve de consuelo, que si antes de cada acción pudiésemos prever todas sus consecuencias, nos pusiésemos a pensar en ellas seriamente, primero en las consecuencias inmediatas, después, las probables, más tarde las posibles, luego las imaginables, no llegaríamos siquiera a movernos de donde el primer pensamiento nos hubiera hecho detenernos. Los buenos y los malos resultados de nuestros dichos y obras se van distribuyendo, se supone que de forma bastante equilibrada y uniforme, por todos los días del futuro, incluyendo aquellos, infinitos, en los que ya no estaremos aquí para poder comprobarlo, para congratularnos o para pedir perdón, hay quien dice que eso es la inmortalidad de la que tanto se habla, Lo será, pero este hombre está muerto y hay que enterrarlo." 

Ensayo sobre la ceguera
José Saramago